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Antes de desmantelarlo, a alguien se le ocurrió que el Gentian, ese armatoste que había servido en la segunda guerra mundial, que había luchado contra el tráfico de coca y perseguido a inmigrantes cubanos, esa suma de camarotes abandonados en Baltimore, en fin, a una mente melancólica se le ocurrió que ese barco que había cargado diez mil kilos de pañales desechables podía ser todavía vendido. Nosotros lo compramos, en su estado sexagenario, para patrullar nuestras costas. A mil kilómetros de Bogópolis el Gentian esperaba sus primeras misiones, aunque antes debía ser pintado, pues Washington lo había vendido con ese compromiso: no en vano ellos habían lustrado los pisos y lavado las anclas. Los desgastes del armazón y los mástiles, el chillido de las escotillas, las incertidumbres de las bombas de lubricación eran presupuestos para otro gobierno, lo importante era ver al Gentian sin la bandera gringa, ver al Gentian que había perseguido a nuestros contrabandistas sin sus marinos de la Interpol, ver al Gentian que nos había vendido pañales sin sus delegados mercantes. Desde Bogópolis, todos soñábamos con ese barco que parecía irrisorio en las fotografías y cuyo nombre en el diccionario se refería a una pequeña planta de flores azules y violetas que combatía el abatimiento y las energías negativas. La esencia floral de gentian había sido comercializada por el doctor Edward Bach, quien encontró la flor en el sinuoso Pilgrims’ Way o camino de los peregrinos. Un largo peregrinaje comenzaría el Gentian desde el día en que le quitaron la bandera norteamericana, un camino de ensoñaciones mientras recorría los mares y se acercaba a nuestras costas, una mole de ciento ochenta pies destinada a pasar una noche de catorce horas en los astilleros de América Central. Una noche suficiente para que el Gentian perdiera una de sus hélices, dos de sus anclas, la mitad de sus aparejos, pero no suficiente para que perdiera el rumbo, porque así, picado por los tiburones y asediado por los temporales, a mil kilómetros los bogopolitanos lo vimos aparecer, triunfal, al borde del naufragio.
4 comentarios:
Es un poema que pone a navegar la imaginación,por los siete mares,a través de rumbos desconocidos y parajes misteriosos.
Los aparatos inservibles de las grandes naciones son supuestamente las ayudas que muchas veces entregan a nuestros países.
Gracias,
Uno no sabe cuando le puedan servir las cosas a uno u otras personas.
Lo que muchas veces sobra, es lo que menos vale, por lo tanto lo que más se compra, y probablemente lo que más sirve.
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