lunes, 15 de octubre de 2007

Paseos de Sótano

Por Santiago Bogoya.
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Allí donde la luz artificial indica el camino los ojos tardan en acostumbrarse. Entre pausa y pausa un soplo frío atraviesa los cuerpos. Las velas se apagan constantemente. Cada paso es un descubrimiento: ese avanzar cauteloso como siguiendo huellas en la inmensidad del misterio. La respiración comienza a agitarse, y entonces lo que creemos estar buscando nos persigue, también, es cierto. Imaginamos el descenso y el ascenso glorioso; atrás quedó un vacío, un vacío que siempre podemos volver a visitar.

El hexágono.

Juan volvería a las cinco.

A las cinco menos diez cambiaría de acera intentando no ser observado por los extraños. Convencido de su invisibilidad sin duda lo lograría. Era una operación si bien azarosa que merecía cierto cuidado y discreción. Su acción podía levantar sospechas: sigilosamente un ser saliendo de una casa abandonada. ¿Qué iría a buscar? ¿O por qué, precisamente allí pasaría unas cuantas horas? Pero al fin y al cabo quién se fijaría en un suceso tan poco relevante para la constitución de la revolución, las vacaciones de fin de mes, o el nuevo best seller norteamericano. Sin ir más lejos la ciudad encarcelaba las visiones individuales en un microcosmos personal.

A las cuatro y cuarenta por tercera vez estaría girando la manija de la puerta exterior. El polvo acumulado y la marca de sus dedos como prueba ineludible de su existencia. Y si en el futuro, se preguntaba Juan, alguien vería en esas marcas otra existencia, para qué dejar las huellas. En el rincón solitario por donde nadie “pasa“, así como por el cual todos pasan, el chillido del metal, como tres tonos de trompeta desvanecida, no alcanzaba ni a escucharlos Juan.

A las cuatro y medio crujirían las tablas. La pintura desgastada sería notable. Unas puntillas despavoridas, también. El límite del claroscuro allí donde el material se acaba. Las telarañas serían una alfombra perfecta para quien aún no ha despertado.

A las y veinte un espejo detendría la huida. Conocer las propiedades físicas del reflejo y no reconocerse en la traducción no era asunto para pasar desapercibido. ¿Cuál era el problema? Creer que minutos antes se había transformado, como si saltara el tiempo de la evolución, del pensamiento, incluso del tiempo impensable. No sólo imaginárselo, sentirlo, como la áspera superficie de las uñas rotas. ¿Cómo? Como quien no sabe que no existe tal superficie.

A las cuatro y diez (diez minutos después de la odisea) la luz artificial dejaría de funcionar; los pasos llevarían a la puerta exterior, después de cruzar otras tantas.

Diez minutos antes volvería Juan.

Nota final: Hemos sido injustos dividiendo en decenas el movimiento: una estrella no dura en el universo lo que su luz se extingue. Así tampoco una hora encierra una figura perfecta. Se expande y contrae la extensión tanto como el desespero o la mágica atención lo quiera. Podemos hablar de un libro más allá de su tiempo, más allá de sus pastas. ¿Los eventos se revelen de igual manera en el transcurso de la experiencia? Sin embargo las líneas unen puntos y el ciclo en vez de cerrarse se continúa.

1 comentario:

Luz Stella PB dijo...

Muy cierto.. continua.. Y continuara..