lunes, 1 de octubre de 2007

Viajero

Por Santiago Bogoya.
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“El aeropuerto estaba insoportable“, escribió Alexander Krajan en su diario. Después de recibir la noticia por labios de su editor de que se le acababa de conceder el Nóbel, las invitaciones no dejaron de parar, incluso en el supuesto descanso y silencio de la noche. Desde entonces habían transcurrido dos meses. Dos meses intensos, como nunca se los hubiera imaginado. En su fantasía la atención se fijaría en sus libros. Sus personajes saltarían en cualquier reunión de política internacional, en el grupo de los ocho, como también en la lejana escuela del páramo que intentaba actualizarse. Sin embargo las luces estaban enfocadas en él. Hacía dos días sintió una cólera profunda. En una entrevista en la sede principal de la editorial “Norte” un grupo de periodistas pretendían que expusiera sus concepciones estéticas. Pensó entonces contradecirse, alejarse de una postura crítica de la obra y empezar a balbucear absurdos. Sin embargo se contuvo y sólo respondió: “ Mis personas tiene la respuesta.” Ahora yacía en un catre perfumado, de telas suaves y costumbre escandinavas. Se imaginó una vez más como podría haber rechazado el premio. Seguramente las ventas se incrementarían, o por lo menos así lo creía, según las costumbres de los medios latinoamericanos donde cualquier controversia obviamente alejada de todo espíritu filosófico se convertía en un boom publicitario arrollador. Pero al fin y al cabo ¿qué importaba? Si él escribía libros y la gente los comprara, así fuera para regalar. “En un escritorio caoba recién pintado, enteramente limpio, colocaba cuidadosamente sobre la superficie las delicadas baratijas chinas de porcelana (regalos navideños de una familia decorosa.) Después con toda la versión que pesaba sobre la tradición familiar, escupía ferozmente cada una de las figurillas horribles, Justo a tiempo su tía entraba en el salón y un viento helado destruía el asombro” Este fragmento de su novela Retorno de la estirpe lo recordó vívidamente, como si el fuera el muchacho, la baratija el Nóbel, y la tía la sociedad. Entonces revisó su diario “El aeropuerto estaba insoportable” ¿Cómo se embarcó en esta travesía constante de escribir? Tuvo múltiples futuros, múltiples aeropuertos, y de cada uno recuerda una singularidad que destruye por completo la definición genérica y práctica de estos sustantivos. “…insoportable” Pero cómo se embarcó en éste precisamente. Dónde estará mañana después de firmar unas absurdas dedicatorias. ¿A dónde irá? Entre trajes azul seda la palidez de los rostros es notoria; -un cocktail más. Uno más en la interminable noche. Cuando aún nadie leía sus cuentos, el trago barato rozando lo adulterado, las parejas inquietas con manos escondidas, la misma música repitiéndose, la misma charla. Sin embargo risas sinceras, experiencias que unían al grupo de personas autodenominadas en algunos casos amigos. Todo eso, en ese momento, era una simple rama marchita del futuro, una posibilidad que se escondió en el frío del tiempo. Seguramente hay muchas cosas que lo esperan, como lo han estado esperando. Tal vez por eso siempre lleva un diario en la mochila desordenada. Fue lo primero que alistó el día del viaje. En el aeropuerto los ruidos ensordecedores molestaban su pensamiento. El trayecto fue largo, pesado. Sólo recuerda con nitidez de aquel día lo que escribió en el diario. De allí, justamente, los acontecimientos se transformaron. Escaparon de nosotros y escaparon de él. En una revista cosmopolita se leía “Alexander Krajan…” No necesitaba que sucediera para conocer el trágico destino. Finalmente -talvez para comenzar-. Alexander Krajan volvió a mirar su diario. Pudo leer, “Alexander Krajan está muerto, no se presentó”

1 comentario:

Anónimo dijo...

Los premios y los reconocimientos son muchas veces las recompensas al trabajo desarrollado, pero a su vez puede volverse un transe cíclico y agotador que coloca en apuros nuestra intimidad y descanso.