Por Camilo Bogoya.
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En los tiempos en que reinaba el Caos todo era tiniebla y oscuridad. Algunos cuerpos tenían luz propia, pero vivían escondidos bajo las piedras y en las esquinas del universo. El Caos los perseguía. Unas criaturas llamadas cazadores trabajaban para Él. Éstos habían logrado capturar al rayo, quien desde entonces encerrado en las tinieblas intentaba rebelarse cuando se rebelaban las tempestades. Sin embargo, nunca habían podido atrapar al fuego. Como el Caos, el fuego era indomable y podía atacar la estabilidad del reino. Cansado de esta amenaza, el Caos ordenó que le trajeran la cabeza o los pies del fuego, que se lo trajeran vivo o muerto. Desconcertados, los cazadores buscaron por todos los rincones, bajo el mar y las cumbres, incluso en el vientre de los animales. Fue durante esta misión que Amón, quien apenas aprendía el oficio, se extravió en la oscuridad. Vagó, pasando de la esperanza al terror, hasta que encontró a lo lejos un huevo que brillaba con luz propia. Al llegar hasta él, intentó levantarlo. Intentó romper su cascarón, pero cada vez que se acercaba lo invadía un calor más abrasador que el del fuego. Mudo, pesado y luminoso, el huevo parecía decirle algo. Amón quiso correr y avisar al Caos, pero se dio cuenta de que siempre llevaría la misma vida, de que siempre sería un cazador. Entonces Amón convocó a los pájaros, los únicos enemigos declarados del Caos, criaturas tan poderosas como Él. Sentados en una enorme congregación alrededor del huevo, los pájaros deliberaron. En efecto, el huevo corría un gran peligro. ¿Por qué no salvarlo? Decidieron levantarlo entre todos y en una colosal carrera de alas, los pájaros llevaron el huevo hasta el cielo. El Caos, que todo lo veía, envió a sus emisarios a reprimir la rebelión y a capturar esa luz distante y poderosa. Al ver las manadas de enemigos, los pájaros comenzaron a picotear el huevo hasta que lograron romperlo. Un enorme plasma contenido se expandió. Era tan grande el calor que los pájaros y emisarios del Caos enseguida se alejaron. Desde entonces el sol apareció en el cielo. Así nació el señor de los días. Pero cada día el sol tiene la tentación de regresar a su origen. Por eso, como un lejano recuerdo de aquella época en la que reinó el Caos, cada cierto tiempo la noche tenebrosa reina.
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