viernes, 17 de agosto de 2007

Cabildos III

Por Santiago Bogoya
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Toros

Los toros prácticamente se introdujeron en América tras la conquista. En un año tan temprano como 1532, en Acla (Darién), entre los festejos que realizaron los vecinos para recibir al gobernador Julián Gutiérrez, hubo una corrida. (Rodríguez, 1992) Al parecer a medida que se iban instalando y consolidando tempranamente los poderes locales, a través de los funcionarios de la corona, los toros se hacían más recurrentes.

Esta tradición que los mismos españoles consideran milenaria, algunos incluso identificándola con algunas pinturas rupestres presentes en la península, logró en la América Española, arraigarse desde la época colonial, como una práctica propia de festividades de diversas índoles entrada de un nuevo virrey, los días de San Hipólito y Santiago, la jura de un nuevo monarca, el parto feliz de la reina, la canonización de algún santo, los onomásticos de los príncipes, un tratado de paz, o la noticia de haber llegado la flota (Bayle 1952:754).

La corrida de toros llegó a ser considerada como la parte galante de todas las fiestas civiles y religiosas. Los encargados de promoverlas y organizarlas eran los cabildos de las villas y ciudades, quienes solicitaban los toros a los hacendados más prestantes de cada localidad. Como no existían plazas especiales para las corridas, los cabildos nombraban vecinos que costearan el tablado de la plaza mayor y la construcción de los balcones. (Rodríguez, 1992) La plaza principal servía entonces de escenario y allí se preparaba el montaje que habría de servir para la fiesta y para la integración de la sociedad en su totalidad.

Este es un aspecto importante de los toros, porque en la celebración de las corridas se integraban, tanto criollos, como españoles, indígenas, negros, representantes del poder eclesiástico y cívico, y la población en general. Era una fiesta donde el regocijo general era lo imperante. La siguiente cita de Rodríguez muestra claramente este aspecto Los indígenas, especialmente, tomaron una notable afición por los toros, llegando a desarrollar formas muy particulares de lidia. Oviedo señala que llegaron a ser famosos para torear los indios de Coyaima, Natagaima y Ataco. Los negros, de quienes se ha dicho que carecían de espíritu para la fiesta brava, hicieron memoria en Santafé, Cali, Medellín y Cartagena. Los religiosos neogranadinos jamás estuvieron ausentes de esta festividad y ocupaban palco preferencial (Ibidem)

Las corridas de toros las utilizaban también los gobiernos para lograr un impacto benéfico ante la llegada de nuevos virreyes, por ejemplo tras la llegada del virrey Solis 1753, en Santafé, lugar donde se había instalado el virreinato, el cabildo llamó a cinco días de corridas de toros, como fiesta de recibimiento.

Esto sin lugar a dudas más allá de la tradición propia de los españoles, con el fin de lograr el buen ánimo ante la figura del virrey, demuestra en parte las tensiones que debían existir entre la población; incluso el mismo cabildo, con los representantes máximos del imperio en tierras americanas. Una forma de limar las posibles asperezas era mediante este tipo de congregaciones festivas. Los toros jugaron un papel fundamental porque fue una práctica que logró llamar la atención de la población de una manera muy rápida y efectiva. Decimos que incluso el cabildo, porque el ayuntamiento representaba el poder local, frente a la imagen del virrey investido con el poder imperial, es decir global, sin embargo el cabildo tenía que asegurar el control del municipio. Además seguramente no en todos los casos pudieron existir estas tensiones, podía el virrey ser una persona carismática quizás, y pudieron así mismo tanto el virreinato como la población y el cabildo vivir en armonía.

Pero lo que nos interesa mostrar aquí es que a nivel de la estructura existían contradicciones que ponían a los individuos en situaciones complejas frente a poderes encontrados en el plano de lo local y lo global, políticas internas y externas, que se efectuaban precisamente sobre los individuos. En este sentido la fiesta propiciaba un espacio de desahogo, donde las tensiones desaparecían en un ambiente febril, donde todo parecía ser alegría, contento, armonía. Pero no todo el año, se podía vivir en fiesta.

Siguiendo a Rodríguez, históricamente, Carlos III, como muchos ilustrados de la época, condenó las fiestas de toros y las estigmatizó considerándolas propias de gente bárbara y baja. Es muy probable que corresponda a la época de Carlos III el surgimiento de la simulación de la corrida de toros llamada vaca loca. Diversión muy popular y que hasta hace pocos años se encontraba en todos los pueblos colombianos. Consistía este juego en fabricar una armazón de madera en forma de toro, donde en su interior se colocaba una persona para manejarlo. Su tarea era llevarlo en dirección a los grupos de gente. Para darle mayor aliciente al espectáculo, en los cuernos del toro se colocaban unas estopas que empapaban con brea y a las cuales prendían fuego. (Ibid)

Sin embargo, en el Nuevo Reino de Granada la disposición de Carlos III fue acatada de manera contradictoria: mientras que públicamente, es decir bajo ceremonias de índole normativo no aparecían las corridas de toros, el virrey y varios hacendados hacían corridas privadas en cierta forma, donde ahí sí se rodeaban de un círculo muy selecto de la sociedad. Sin embargo falta investigación acerca de cómo la población común adopto esta norma, que empero tras la muerte del rey, volvieron a celebrarse las corridas públicamente, incluso en fiestas religiosas tan prestigiosas como el Corpus Christi, los días de San Juan y San Pedro.

En palabras de Rodríguez correr toros significó una fiesta integradora de los distintos estamentos de la sociedad y el escenario ideal para la demostración del estatus de cada uno, donde el espectáculo al principio netamente propio de los colonizadores se transformó en un espectáculo popular. (Ibid)

En palabras de nosotros, los toros van mucho más allá, pues significó y significa una práctica muy representativa en las festividades propias de la mayoría de los pueblos colombianos. Se podría decir que en muchos de ellos la plaza de toros o su acoplamiento en vísperas, por ejemplo, de las ferias y fiestas, constituye todo un emblema.

Estos temas que hemos venido describiendo y analizando conjuntamente, nos lleva a indagar activamente por nuestro pasado. Entender los símbolos, practicas y fiestas que se han perpetuado hasta nuestros días a través de un estudio en cierta forma etnohistórico, nos ayuda a comprender la actualidad de una manera más amplia y profunda.

Muchas de estas fiestas que se instauran bajo el orden de la corona española y bajo la funcionalidad de los cabildos en las poblaciones coloniales, hoy en día en latinoamerica se mantienen bajo otras organizaciones evidentemente, pero con una serie de rasgos en gran cantidad que se han perpetuado, y que corrientemente están inmersos en nuestra vida cotidiana. A estos símbolos y prácticas, las sociedades contemporáneas le dan un valor. Comparar los diferentes valores que se le dieron a estos elementos, siguiendo un recorrido histórico y espacial, complementa nuestro entendimiento del cambio social.

Bibliografía

Constantino Bayle, Los cabildos seculares en la América Española. 1952

Pablo Rodríguez Jiménez, Los toros de la colonia, fiesta de integración de todas las clases neogranadinas tomado de: Revista Credencial Historia. (Bogotá - Colombia). Tomo III enero-diciembre 1992.

Víctor Manuel Patiño, Historia de la Cultura Material en la América Equinoccial (Tomo 4) Instituto Caro y Cuervo. 1992

1 comentario:

Anónimo dijo...

Definitivamente los Toros, hacen parte de nuestra idiosincrasia así a muchos no nos guste. Un punto importante de este artículo es como desde sus orígenes en estas corridas de toros, se han reunido todas las clases sociales y todas las razas, propiciando un encuentro, que aunque sea momentáneamente, no discrimina ni limita la entrada a nadie.

Gracias.