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Habías dejado un pantalón sucio, la alcancía quebrada, los abrigos de invierno que no te pusiste y viajaron contigo, la deuda impagable de las llamadas hechas desde mi teléfono. Coloqué todo en un rincón y te pedí que te lo llevaras, pero señalaste un objeto empolvado, escondido bajo la cama. Me llevo mi lámpara, dijiste, y te recordé que la habíamos comprado los dos, hace años, para que nos alumbrara en esos dieciséis metros cuadrados y húmedos donde alguna vez vivimos, te recordé que yo la había reparado cuando la pisaste y otro día cuando me la tiraste por la cara, y tú aseguraste que habían sido tus manos las que salvaron la lámpara cuando borracho me caí encima, cuando celoso yo la tiré por la ventana. Te recordé que yo la había pagado, reclamaste que tú la habías escogido, te dije que el genio de la lámpara había salido porque mis manos la frotaron. Alegaste que dadas las circunstancias tú necesitabas que se cumplieran dos o tres deseos, y que además, sin pedirle nada al genio, ya habías encontrado otra casa y un trabajo y las fuerzas suficientes para irte. Agregaste que tu primer deseo sería que una mujer apareciera y me hiciera una paja, y así yo no tendría que correr por la ciudad buscando iglesias en las que nunca había entrado para arrodillarme a pedir el milagrito. Te dije que en ese caso te llevaras mi lámpara y tus pantalones y tus abrigos y el papelito donde había escrito lo que me debías por las últimas llamadas. Me aseguraste que me pagarías hasta el último centavo para que pudiera seguir comprando cada sábado los veinticuatro rollos de papel higiénico que necesitaba y unos tapones de acero para que Schubert, el gato, dejara de escuchar tanta mierda. Antes de que te fueras, quise decirle adiós a mi lámpara. La froté y vimos salir la nubecilla, el rostro cenizo y casi dormido, los grandes brazos desperezándose, la voz profunda e incompresible que habíamos prometido invocar sólo en situaciones extremas. Con el tiempo le regalé a un vagabundo el pantalón y los abrigos, boté a la basura la alcancía y pagué la deuda del teléfono. La lámpara se fue contigo mientras el humo se desvanecía. En el reflejo de la ventana, vi tu espalda salir por nuestra puerta. Y yo me quedé aquí, esperando.
5 comentarios:
El amor es algo que construimos, y las decisiones que tomamos a veces nos conduncen a la infelicidad. Nos aferramos a los objetos porque satisfacen a través de la evocación de imágenes algo que necesitamos, pero somos nosotros mismos los que decidimos cambiar esos objetos y sentirmos más felices.
La prueba más dura para el amor es la convivencia, también la imposibilidad (sólo en teoría superada por la procreación) de dos ser uno, también en esta luc.ha interminable los artefactos mantienen nuestra política, aquella que nos permite la individualidad.
La convivencia debe ser uno de los retos más difíciles que una pareja deba superar, afortunada o desafortunadamente los seres humanos nos caracterizamos por pensar y actuar diferente a los demás, y es precisamente este uno de los problemas cotidianos en una relación de pareja, deseamos que nuestro compañero (a) actúe de la misma manera que nosotros para sentirnos felices. Motivo por el cual creo yo los matrimonios de hoy en día no duran mucho, y por eso perdemos todo lo que se ha construido con tanto esmero, tiempo y dedicación. La tolerancia ante todo y mas cuando definitivamente en una pareja hay dos mundos totalmente opuestos que se deben equilibran para sobrevivir.
Increíble; como una lámpara, una carta, una flor, un regalo, un esfero...Un Objeto..Puede llegar a significar tanto, puede llegar a participar en tantas situaciones particulares, puede cargarse de amores, odios y desilusiones...Y es difícil desprendernos de ellos...Así sea el fin de la esencia con que fue concebido ese objeto...Creo que todo se le dejará al tiempo...Como siempre...Para que olvide, o para que reafirme...
Al final las cosas materiales son lo que menos importa.. Los recuerdos y sentimientos no se van, ni se pierden como los objetos..
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