domingo, 25 de noviembre de 2007

Aquelarre

Por Santiago Bogoya.

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Es viernes. Precisamente el primer viernes después de Halloween. Por las entradas de la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá, desfilan estudiantes con toda suerte de carpas: con capacidad desde una pareja hasta un pelotón; rectangulares, en forma de iglú; con camuflado militar, pintadas con aerosol; o simplemente un par de plásticos y unas varillas para un montaje casero. Como niños exploradores se preparan para acampar en el campus universitario. No es que se vayan a tomar la universidad, como ha ocurrido en las protestas de los últimos años ante las reformas académicas internas, bloqueen edificios, y se queden dentro hasta que los saquen a la fuerza, les cierren la universidad, o se convoque a vacaciones anticipadas. No, nada de esto. Este viernes es distinto: es el único día del año en que las personas pueden pasar la noche dentro de la universidad con permiso de las directivas. Con la luz del día, en los verdes e irregulares prados universitarios, se acomodan los primeros campamentos de gitanos. Los más numerosos se concentran en dos sitios: la playa el único espacio verde que limita con el lado occidental de la plaza che, centro neurálgico de la institución, donde se encuentra la biblioteca central, la torre de enfermería y el auditorio León de Greiff. El otro punto de encuentro se concentra en los dominios de la facultad de artes, en un prado que limita con los edificios de arquitectura, música y artes plásticas. Sin embargo, como si el campus universitario fuera una representación en miniatura del espacio terrestre, no es difícil encontrar algunos que otros nómadas dispersos por toda la tierra. Con las primeras nubes anaranjadas y rojizas, el flujo de estudiantes se incrementa notablemente: la plaza che se llena de una densidad más intensa que una celebración de grados, una asamblea extraordinaria para convocar a un paro, o el ritual de convergencia de los encapuchados antes de tirar piedra por la entrada de la veintiséis. El flujo por los caminos que conducen a la plaza no tiene nada que envidiarle a un septimazo en pleno mediodía, o la salida de un rock al parque por la calle sesenta y tres. La plaza en sí se llena de círculos de amigos. Por los bordes, vendedores improvisados de mazorcas, empanadas, chorizos y arepas, arman asadores rudimentarios e inauguran el negocio. Otros vendedores móviles ofrecen cerveza (este año curiosamente sólo cerveza polar) cuartos de aguardiente, cajas de vino, y los más intrépidos se arriesgan con licores más caros de diez mil pesos. No obstante lo más común es hacer una vaca o recolecta de dinero entre compañeros, y enviar una delegación a comprar en las tiendas fuera de la universidad. Estos delegados deben tener cierta pericia: deben conseguir la mayor cantidad de trago al menor precio posible, o el trago que quieran tomar al mejor precio, y deben ser capaces de entrarlo sin que las requisas (que desde las cinco de la tarde los porteros hacen a las maletas de todas las personas que entran) lo detecten. También los jíbaros, vendedores de marihuana, se unen al comercio. Entre tanto una tarima puede albergar al caer la tarde alguna agrupación musical. Pero, entre los círculos, ya entrada la noche y la tarima desmontada, no es raro encontrar, una banda armada con tambores y flautas, amenizando algunas cumbias, algunas personas bailando descalzos y los más osados desnudos, o gente gritando: viva la nacional somos piel u n un grito de libertad. En su momento culme, a eso de las ocho de la noche, en la plaza che y alrededores se pueden contar hasta tres mil personas. Después la gente que no pasará la noche empieza a salir, y con más angustia entre diez y media y once, intentando coger el último transmilenio de la noche. A esa hora a la universidad ya no dejan entrar, y cuando uno sale ve algunos grupos de personas, que probablemente son delegados, intentando convencer a los porteros o buscando un lugar propicio para saltar la cerca que se constituye en la frontera del campus.

Entre los estudiantes que no se quedan se tejen leyendas de lo que ocurre esta noche. Entre los pasillos y las charlas desprevenidas, se dice que las personas se embriagan, se drogan, hacen orgías, y que en eventos anteriores hasta han aparecido muertos. Otros simplemente dicen que no pasa nada diferente de lo que pasa dentro de las culturas juveniles urbanas. Lo cierto es que por una noche en una universidad, ejemplo de la cultura letrada, elitista académicamente hablando, se funden lo popular y lo culto, la sagrada academia y el profano ocio, la juventud en todo su potencial imaginativo y creativo, voluptuoso, caminante al filo, suicida. Más allá de saber qué se celebra, esta noche se constituye en una práctica cultural, donde sale a relucir una parte de la vida universitaria, donde los jóvenes crean un microcosmos social.

A esta noche se le conoce como aquelarre. Según el diccionario de la Real Academia Española, aquelarre significa “junta o reunión nocturna de brujos y brujas, con la supuesta intervención del demonio ordinariamente en figura de macho cabrío, para la práctica de las artes de esta superstición”. De origen vasco, la palabra aquelarre, seguramente viajó por mar a estas tierras americanas, entre toneles de vino, imágenes paganas, e historias de origen popular sobre extraños conjuros y pactos para acceder a las fuerzas sobrenaturales de la naturaleza. Aquí, en este puñado de tierra que más tarde se conocería como Colombia, se debió mezclar con los rituales indígenas, y la religión musical de las poblaciones africanas esclavizadas. Sin embargo siempre debió luchar frente al poder elitista de la iglesia y la inquisición, baluarte del imperio español, que quería imponer los valores cristianos dentro de las tradiciones culturales de pueblos tan distintos y homogenizar la cultura en una tierra que proclamaba como suya. Ahora, en nuestros días, se mezcla con la cultura académica en la universidad insignia de Colombia, el primer viernes después de Halloween. ¿Qué tanto permanece de la tradición magistralmente expresada en el cuadro de Goya? ¿Cómo los jóvenes recrean contemporáneamente lo popular y lo culto? ¿Cómo juegan esa noche una sociedad faustiana pero a la vez mefistofélica, que siempre será la realidad misma?

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Un escrito muy interesante,me deja el interrogante de qué es lo que realmente sucede en el aquelarre de la Universidad Nacional.

Anónimo dijo...

En lo poco que escuchado, se que el aquelarre se ha convertido en una especie de rito popular anual, donde un gran grupo de estudiantes se reúnen a celebrar la noche de brujas.

Pero detrás de esta noche se esconden grandes sucesos que para muchos han marcado sus vidas… según cuentan una noche pasiva pero violenta, bastante agitada, en donde se flota sin conciencia y sin razón…

Me pregunto: ¿si el aquelarre de la Universidad nacional, es semejante a la reunión de brujos y brujas con la supuesta intervención del demonio?.

Anónimo dijo...

Cuál cuadro de Goya?

La Universidad Nacional, siempre abierta a todo y a todos, hasta que punto será bueno la permisión de dichos acontecimientos?, estará cerca de la anarquía?

Gracias.

Anónimo dijo...

No, anarquia, que malo. Ay hacen orgias y toman mucho trago, ay que malo, espantoso, a ver si de una vez por todas dejamos de ser tan hipocritas, quien no ha tenido una noche que nunca en sus normalitas vidas va a olvidar que no involucrara
alcohol, drogas y sexo informal?