sábado, 11 de agosto de 2007

Cabildos II

Por Santiago Bogoya.
__________________________________________________

El paseo del pendón consistía en llevar, el día del aniversario de la ciudad, el estandarte de la misma, desde las casas del cabildo a la iglesia la víspera para la función religiosa, en volverlo, terminada ésta, y repetir al día siguiente el doble paseo para la misa. Un caballero designado por el cabildo era el encargado de llevar el pendón, hasta que se creó el título de alférez real. Lo acompañaban el virrey, la audiencia, el cabildo y los tribunales, además de la caballería donde se derrochaba lujo y ostentación. En esos días se corrían toros, juego de cañas, y demás juegos locales, donde el carácter festivo era inminente. Por cédula real era obligación en las Indias hacer este paseo.

El significado estaba arraigado en una fuerte estrategia simbólica de control social donde el cabildo y los demás representantes de la corona española eran las figuras visibles que hacían el paseo. Podemos decir que la población estaba alrededor de estos personajes que mediante la fiesta intentaban legitimar un orden subordinado y proclamar fidelidad al soberano. Unos participaban en el acto como actores y otros como espectadores.

En esta fiesta cívica, se reunían varios elementos claves de la sociedad colonial. Por una parte la religiosidad cristiana, que mediante la misa se instauraba en un nuevo espacio, y se perpetuaba tanto desde la legalidad como desde las conversiones o mejor dicho de la legitimidad que va logrando poco a poco en el desarrollo de la vida cotidiana de las ciudades y municipios. Por otra parte, los organismos civiles estaban presentes reafirmando su autoridad, no solo controlando sino organizando toda la fiesta; el cabildo gracias a la tradición se volvía indispensable para la ejecución de la misma. La fiesta era un espacio de integración donde el poder cívico y religioso, ante todo, se manifestaban en su opulencia, frente a la población.

Los lutos reales presentan otra de estas conjunciones interesantes donde por una parte esta todo el oficio religioso, y por otra la perpetuación de un orden cívico establecido. Era de justicia y lealtad manifestar la pena y por obligación se mandaba a toda la población de las ciudades a evidenciar el luto, si había personas que no lo manifestaban eran multadas. Tras el luto se proclamaba el nuevo soberano y el orden se perpetuaba, enriquecido con la gran fiesta que en honor de la nueva figura los cabildos organizaban para el regocijo y contento de las poblaciones sobre las cuales ejercían su control. Por ejemplo para la coronación de Carlos III hubo en Pasto varios días de fiesta, cuyo desarrollo tuvo toros, fuegos, mojiganga y comedia (Sierra, citado por Patiño, 1992, 279)

Estas festividades de orden cívico, en primera medida, acompañadas de los oficios eclesiásticos (p.e. las piras fúnebre o túmulos que se colocaban en las iglesias, representando el fuego de las piras clásicas) eran normativas y estaban reguladas por los cabildos que se encargaban de organizar y vigilar que todo se hiciera dentro de los parámetros establecidos. Este tipo de festividades no solo se hacían con el soberano, sino también con otra serie de funcionarios civiles, pero en el recibimiento de estos personajes como figuras de carne y hueso, no imaginadas como el caso del rey, hacía que fuertes tensiones se manifestaran. Después de todo, los virreyes u obispos eran las personas visibles sobre las cuales descansaba el poder y el orden colonial. Sin embargo, la fiesta también servía de estrategia de recibimiento y reconocimiento, por lo menos legal, en un ambiente febril, donde simbólicamente se rendía pleitesía al nuevo representante del orden, integrando a la comunidad en la festividad.

Este orden que hemos visto tiene dos polos. Aunque como lo ha señalado Patiño, la división entre fiestas religiosas y profanas, y como también a través de la descripción se ha evidenciado, en algunos casos es muy difícil hacer tan tajante separación, ya que casi todo “ritual” en la América Española tenía un fuerte contenido religioso.

En el concilio de Trento se hizo hincapié en los aspectos exteriores del culto del catolicismo, no solamente para distinguirse de los protestantes, sino también para impresionar a las nuevas poblaciones que se iban conociendo a medida que avanzaban los descubrimientos geográficos. El culto en América tenía más esplendor y derroche que en la propia península ibérica. (Patiño 1992; 247).

Estas fiestas religiosas implicaban espectáculo, teatralidad y exhibicionismo. En el caso de las procesiones, la pompa, los ornamentos de oro y plata, los brocados, las cofradías, acompañaban a las figuras. Pero la fiesta no terminaba con el desfile. También se hacían comedias, a veces coloquios, e incluso autos sacramentales. Todo esto estaba al cuidado del cabildo, quien ejercía la vigilancia por la delicadeza de los temas que se trataban, que no eran mas que una cosmovisión que buscaba arraigarse en un panorama totalmente nuevo.

Esto formaba parte de la superposición de creencias por parte del orden eclesiástico. Sin embargo, el panorama religioso colonial tiene una gran diversidad, donde diferentes repertorios culturales, la tradición indígena, los cultos particulares de los esclavos africanos, y el catolicismo, configuraron una serie de prácticas propias de la sociedad colonial.

Estas fiestas, auspiciadas por las autoridades españolas, ejercían un mecanismo político para mantener la paz social. Por ejemplo el gobernador de Puerto Rico, general Miguel de la Torre, permitía muchas fiestas para que la gente no se ocupara de rebeliones, y llego a denominarse su gobierno el de las tres B: botella, baraja, baile. (Rodríguez Macias, citado por Patiño. 1992, 251)

Se regocijaba a la población mientras a su vez simbólicamente el espacio de la fiesta se llenaba de un serie de símbolos que afianzaban el poder eclesiástico y cívico. Una cultura hegemónica buscaba mediante la fiesta circular una serie de valores que debían ser deseables en todos los niveles de la población. Empero, las manifestaciones cívicas y religiosas también se nutrieron de estos diversos repertorios que hemos nombrado. (Que no solamente representa a los “indígenas” y “esclavos” como un todo, dada a su vez la gran diversidad entre estas personas.)

El orden normativo se imponía legalmente, pero era necesario que la gente creyera en el sistema en el que estaba viviendo. El cabildo como ente administrativo que regulaba todos los aspectos de la vida social de los municipios, encontró mediante las fiestas, un mecanismo capaz de perpetuar los símbolos del poder de la corona, así mismo crear un ambiente febril donde la población tuviera momentos de esparcimiento. Incluso nos atrevemos a decir, que la espera de la fiesta ayudaba a mantener el orden establecido.

Por experiencia propia en varios pueblos de Colombia de donde somos oriundos, o donde hemos pasado varias temporadas, la fiesta está presente en la vida cotidiana, como un evento que no se repite tantas veces al año, pero que esta grabado en la mente de la mayoría de las personas. Se sabe cuando hay ferias, cuando se celebra el cumpleaños del pueblo, etc. La fiesta se constituye como un premio. Enmascara símbolos de poder y condiciones de subordinación que se perpetúan, y la población goza, disfruta, se siente a gusto. En sí transforma la sociedad porque todos participan de ella, o por lo menos su acceso no es negado, situación que en una sociedad económicamente sectorizada es una ilusión en otros niveles de integración e interacción social.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me parece que tenemos mucho arraigo de nuestros antepasados,genéticamente se ha encontrado que tenemos genes característicos de los españoles y de los indígenas.En cuanto a las reuniones familiares,pienso que son la oportunidad de unir a las personas,y nos hace más cercanos al ser humano como tal.

Anónimo dijo...

Cuando se habla "La fiesta se constituye como un premio. Enmascara símbolos de poder y condiciones de subordinación que se perpetúan, y la población goza, disfruta, se siente a gusto.". Muy cierto, en la medida en que a través de ella, se compra por así decirlo a la población, para que se olvide de la realidad, se le enmascara como bien lo dice el autor. Esto se ve claramente en las ferias y fiestas de los pueblos, en las corridas de toros, entre muchas otras figuras que se prestan para esto.

Llevándolo a otras regiones del mundo, esto mismo se aplicaba en el famoso Coliseo Romano, a través de esas fastuosas peleas que se daban en aquellas épocas, para divertir a la gente supuestamente; pero tras de eso estaba lo que el autor describe en el artículo.

Gracias.

Anónimo dijo...

Estas fiestas son de gran significado e importancia, para la gente nativa del lugar en donde se realizan, debido a que representa un rango de tiempo no muy largo, donde la gente detiene sus obligaciones cotidianas y se sumerge en un ambiente de alegría, donde goza y se divierte al máximo. Un espacio donde se reúnen las familias, el comercio aumenta gracias a los turistas, y además se aprovecha en algunos casos para hacer campañas políticas, comprando a la gente con diversión, como lo menciona el autor. Regularmente estas fiestas se realizan anualmente. Han sido costumbres heredadas por nuestros antepasados, que aún se conservan con mucho ahínco.