jueves, 9 de octubre de 2008

Bogotá desde el Suelo

Tomado de "Relatos de la Ciudad Jamás Contada"


José Milciades Murillo Ulloa, participó a La ciudad jamás contada motivado por lo mismo que los otros 12 ciudadanos: la convicción de tener una historia que contar. Pero el 13 de agosto de 2007, la opción de tener un espacio para que su voz reconstruyera aquellos momentos fundamentales de su vida, se extinguió en la ambulancia que lo trasladaba de la pensión en que vivió sus últimos días hasta el hospital.

Fueron muchas las preguntas sin una respuesta cómoda, correcta, metodológicamente previsible, que al interior del proyecto se hicieron: ¿debe seleccionarse un nuevo ciudadano narrador? ¿alguien debe tomar la voz de José? ¿Nos encargamos de ubicar a las personas que lo conocieron? ¿hacemos un relato de muchas voces? Pero la respuesta era tan cercana como difícil de ver: Carlos Alberto Casas, su acompañante, el mismo que había seleccionado su texto dentro de muchos, tenía la única clave para entrar a la fragmentada historia de este Niche que arribó a Bogotá en 1983 buscando alternativas, ayuda, soluciones. Esa esperanza, a lo largo de más de 20 años, se convirtió en la imposibilidad de contactar de nuevo a su familia por temor a ser juzgado. Este hombre que se movió por la ciudad de tantas maneras como pudo, que disfrutó de Transmilenio para llegar a la esquina de la Carrera 15 con 116 en la que, junto a su parche, pedía limosna de 4 a 9 p.m., dejó para La ciudad jamás contada no su historia, sino los rastros que su acompañante plasmó en un diario sobre sus encuentros. Este relato no es como los otros, fue atravesado por el destino que le impidió a José Milciades ver impresas sus palabras en estas páginas, a la vez que nuestro intento por no dejarlo en el olvido.

DESDE QUE EXISTO, MI VIDA NO HA SIDO FÁCIL

Junio 8. "Mire hermano, si yo me hubiera quejado en la vida, estaría acostado en una cama y nunca habría sido capaz de salir a la calle". Con esta frase me recibe José Milciades cuando me acerco a conocerlo. El escrito con el que participó en La ciudad jamás contada es complejo, humano, contradictorio.Por eso lo busco. Quiero conocer más de cerca su realidad.Lo encuentro en la calle, en medio del asfalto pidiendo plata a los carros, apoyado en sus rodillas protegidas por unos cauchos para evitar que se pelen. "Es que a mi me ha tocado muy teso todo, me ha tocado siempre llevar del arrume, como decimos en la calle". Su vida está marcada por la dificultad de moverse de un lado a otro, y por el recuerdo remoto de sus primeros pasos dados en la pieza donde vivía con su familia en Aguablanca, Cali. Fueron sus únicos pasos. La polio que llegó por la ignorancia de su familia, le impidió caminar el resto de su vida. Su niñez transcurrió entre tratamiento y tratamiento.

ESTE TRICICLO ES MI MEDICINA

Junio 22. El encuentro es en el Carulla de la esquina donde trabaja. Me pide que le empuje su triciclo para poder subir la rampa. En medio de un café y dos empanadas, me cuenta que cuando llegó a Bogotá se movió en un carro de esferas hasta que la suerte le sonrió: "Hace como nueve años estaba trabajando en el semáforo de la Calle 26 con las Américas mientras caía un aguacero. Me había atascado en una alcantarilla y estaba todo mojado. Se me apareció la virgen cuando un señor se asomó desde su carro y me dijo: "¿Le gustaría tener una silla de ruedas Le voy a dar una". Yo pensé que era de esos tipos que se aprovechan de uno haciéndole promesas y nada más. Pero igual le dije que si. Al otro día apareció, la verdad no me lo esperaba.Me dio el triciclo en el que ando hoy. Me costó mucho aprenderlo a manejar, me caía y hasta me levanté una uña entera. El señor me contó que tenía a su esposa enferma de cáncer y había ido a hacerle una promesa al Divino Niño para que ella se aliviara. Mandó hacer 300 triciclos para repartirlos a personas discapacitadas. Nunca volví a verlo, ni supe si la señora se alivió".

Esta conversación sin destino conocido, va y viene en medio de las grabaciones que acordamos hacer de su voz y las notas que voy tomando. La historia aparece: sobrevivió Bogotá recorriendo sus calles en un carro esferado, luego en su triciclo e incluso en una silla de ruedas eléctrica. Vivió en un cambuche en El Cartucho y en pensiones de paso en el Centro. Metió toda la droga que se le atravesó y que pudo comprar con las monedas que la gente le daba. Se alimentó de las sobras de los restaurantes, y se dio cuenta que la única manera de subsistir en la calle era teniendo a la gente de su lado, que alguien como él no podía solo. "Casi siempre me siento atropellado por gente que lo menosprecia a uno en la calle. Hay personas que cuando me les voy a acercar a pedirles plata, y sin que el semáforo haya cambiado, adelantan el carro para que uno no se les arrime. Más de una vez me han cogido los dedos de la mano con las llantas".

¡ESTA CHIMBA NO LA DEBERÍAN COBRAR!

Julio 3. Nuestro encuentro es en la Avenida Caracas con Calle 25 para acompañarlo en su recorrido de Transmilenio. "Yo me demoro como una hora y media desde la pensión, en el barrio Santa Fe, hasta el semáforo de la Calle 116 con 15. No me gusta bajarme en la estación de la 116, porque una vez me quedé atascado con el triciclo en el ascensor. Prefi ero la de la Calle 125 que tiene rampa y un policía bachiller que me ayuda. De ahí llego hasta la Avenida 19 y por la ciclorruta hasta la esquina de la Carrera 15. Ahí me encuentro con los de mi parche: Eliver que vende dulces y cigarrillos, Modesto que tiene una chaza frente a Carulla y vende minutos de celular, y el que vende mandarinas". Así transcurre cada día en su lucha por subsistir en Bogotá, entre el verde y el rojo del semáforo. Para nadie hay trato especial. La calle es igual de dura con todos.

Aunque reconoce que Transmilenio le ha hecho más fácil esta vuelta, refunfuña al entrar a la estación por tener que pagar. Cuando sube al bus articulado, aunque nadie está pendiente de él, la gente le abre espacio para que se pueda ubicar en el sitio asignado para discapacitados. La ciudad pasa ante sus ojos. Respira con algo de esfuerzo y sonríe. Dice que es de los pocos espacios en los que no se siente distinto, ni discriminado. Es un pasajero más, un ciudadano en plenitud de sus derechos.

ME TOCÓ AFINAR DESDE MUY CHIQUITO

Julio 10. Comenzamos con el escrito que hizo la noche anterior, lo lee en voz alta y a la vez lo comenta. Es sobre sus años de colegio. "Cuando empecé a estudiar en el Instituto Jesús Adolescente, en Aguablanca, comenzó mi calvario como discapacitado. Las dos primeras semanas fueron un infi erno. Tuve muchos problemas con los demás sardinos pues se me burlaban mucho". Me cuenta que había más de 20 niños en su salón y él era el único discapacitado. Le pegaban y lo dejaban siempre a un lado. Ricardo era su compañero de pupitre. Se acuerda que se la montó desde el primer día. Lo insultaba y lo pellizcaba. Los demás le ponían apodos y le botaban los libros al piso. "Pero ahí me hice a un buen amigo que se llamaba Venancio. Era uno de los caciques del salón y me defendía. Claro que me tocaba pagarle impuesto en los recreos con galletas, chitos y gaseosa. Hasta plata le daba... pero él me protegía".

Me cuenta que su papá "Un negro muy orgulloso", lo remataba en la casa si le llegaba llorando con quejas de sus compañeros. Recuerda que era de los que creía que uno no debería dejarse de los demás. Le decía "A mi no me venga acá a poner quejas. Vamos a la escuela a ver cuál fue el niño que le pegó". Cuando se lo señalaba y veía que José Milciades no le devolvía, lo encendía a correa al regresar a la casa. Así aprendió a "afi nar desde muy chiquito".

MENDIGANDO APRENDÍ A VIVIR BOGOTÁ

Julio 14. Nos centramos en su decisión de venir a Bogotá "Yo tenía un sueño: quería estudiar y aprender un arte para trabajar y así superarme. Tenía la ilusión de que Teletón me ayudara, pues yo había visto en la televisión que esa gente ayudaba mucho a los discapacitados como yo. Estuve tres días parchado en la puerta, tres días durmiendo ahí. Sucio, sin bañarme, sin comer, sin dormir bien, con las rodillas sangrando de apoyarlas sobre el asfalto. Al cuarto día me dijeron que allí ayudaban a personas discapacitadas, pero que todos tenían que pagar una mensualidad por el estudio, el albergue y la alimentación. No podían ayudarme. Eso si, me ofrecieron una silla de ruedas, con la condición de devolverla cada día a las seis de la tarde y recogerla al día siguiente, pero me quedaba muy lejos, y por la noche ¿cómo me devolvía? Igual no me iba a regresar a Cali con las manos vacías. No, me quedé en Bogotá. Hablé con el Alcalde y hasta con el señor Alfonso Lizarazo de Sábados Felices buscando una entidad que me capacitara. Hasta que comencé a andar las calles. Dormía en la Plaza de Toros o en el Parque Nacional. El hambre me obligó a pedir y mendigando aprendí a sobrevivir en Bogotá".

Sonríe. Le pregunto qué siente y me dice que esa época fue muy dura para él, que al comienzo retacaba en los buses en los que le quedaba pesado subir y bajar. Se ponía al lado de la registradora y le hablaba a todo el mundo. Se movía por el pasillo, recogía las monedas y salía por la puerta trasera. "No me tocaba echar mucha mentira. Yo les contaba la verdad y ellos captaban que uno es un discapacitado. Simplemente hay que ser amable y chévere y así le colaboran a uno. Ya después conocí los semáforos".

"TE QUIERO DAR ALGO MEJOR QUE UNAS MONEDAS"

Julio 17. ¿De pelado le ayudaba a mi papá en su zapatería en Cali y luego cuidé carros en el Carulla del barrio La Estación, cerca al Sears. Tenía un carné y echaba ojo todo el día a los carros en esa cuadra. Me movía a pura pata. Es que en ese tiempo era enérgico¿. Así recuerda sus primeros trabajos en Cali, añorando toda su vitalidad. Trabajamos mientras almorzamos. Pide espaguetis con carne "La pasta a mi me fascina parce... y no tengo quien me la cocine". Hablamos mucho. La empatía es chévere. Su cuento se va volviendo relato. Entre su voz y mis notas voy viendo como aparece su historia jamás contada. Comienza a recordar lo vivido, cuando conoció a la señora Ana quien le ayudó a conseguir trabajo en la Fundación Granahorrar haciendo sobres de papel. ¿Quién era ella?¿, le pregunto. "Hermano, una mujer que fue muy buena conmigo. La conocí cuando yo pedía sobre la Calle 26. Se me acercó, me dijo que me había visto muchas veces pedir, que me quería dar algo mejor que unas monedas. Me dio su tarjeta y me dijo que me podía ayudar a conseguir un trabajo. Así tuve con ella una buena amistad".

Recuerda que ella le ayudaba pagándole una habitación en el barrio Palermo que incluía la comida y lavado de ropa. También le regaló una silla eléctrica."¡Era una chimba! Yo solamente tenía que mover una palanquita y echaba para adelante, retrocedía y daba curvas" dice con su sonrisa plena. Como a los nueve meses no volvió a aparecer la señora Ana. Nazario, un taxista que le manejaba -y que tiene un corazón tan grande como su carro- le contó que él tampoco la había vuelto a ver. Comenzó a colgarse con el arriendo y los demás gastos mensuales. A los dos meses lo echaron.No siguió trabajando. Sin vivienda, sin trabajo y sin apoyo llegó a El Cartucho.

EN BOGOTÁ SE CONSIGUE DROGA DONDE QUIERA

Julio 21. Continuamos el proceso de hablar y compartir, para así acompañarlo a generar una crónica sobre ese manojo de sonrisas y tristezas que entretejieron su vida. Va muy lento. El tiempo es nuestro peor enemigo, estamos tan sólo a dos semanas de la entrega final. Hay que seguir. Nos metemos, como él textualmente dice, en "un momento triste de la historia de mi vida". Habla de su época de drogas y hampa en El Cartucho. "Yo metí bazuco, pepas, diasepán, rorer matacaballos, marihuana. Es que metí casi de todo. El bazuco me dejaba muchos nervios, me daban delirios de persecución. Sentía que me venían a matar. Que todo el mundo hablaba de mí. Me daba tembladera. La marihuana me sollaba. Me ponía a hablar y a comer mucho. Luego me ponía como un bobo, como un tonto. Las pepas era como si estuviera muy borracho, sentía que alucinaba, que las personas se transformaban en animales y que todo se me movía alrededor. El viaje duraba dos o tres horas, luego me daba hambre y sueño, pero mientras el viaje me sentía como Superman y hasta me enfrentaba a los carros". Pareciera como si éstos fueran los únicos viajes que hizo en su vida, en primera clase y sin restricción alguna.

Mientras, vamos andando por la Calle 11 con Carrera 6.... Visitamos el Museo Botero por sugerencia de Alberto Sierra,-fotógrafo del proyecto- al que nunca había entrado. "!Pues qué chimba, llega uno, hace un mamarracho con colores y se vuelve famoso!" dice mientras mira las obras. Me impacta cuando, como pensando en voz alta, expresa que nunca antes tantos vigilantes le habían abierto tantas puertas sin trancarlo. La costumbre es que son ellos quienes se las cierran. Mientras bajamos a la Plaza de Bolívar nos cuenta que hace años no iba por allá. Sus recorridos por Bogotá son fijos, a pesar de sus 24 años en la ciudad, la conoce muy poco. Alguna vez fue a Bosa y otra vez lo llevaron a Chía. De resto nada más. Sus años bogotanos han transcurrido entre el centro, las calles 26 y 34 y la 116.

Permanentemente retoma sus memorias de El Cartucho. Cuenta que cayó muy bajo: ¿Un día estando consumiendo con dos parceros, les conté de un amigo que tenía plata y que me ayudaba hacía tiempo con ropa y comida. Uno de ellos me propuso que lo extorsionáramos. Yo estuve de acuerdo. Le saqué información y así comenzamos a amenazarlo con el hijo. Le pedimos 15 millones de pesos. Cuando llegamos para cobrarle la plata nos estaba esperando la policía. Ahí nos cogieron". Estuvo dos años en la cárcel, de la que salió de nuevo al Cartucho. Se alegra porque ya no mete drogas.

ESTA PELÍCULA YA NO AGUANTA MÁS

Julio 28. Lo miro, lo escucho, lo siento. Me doy cuenta que para el Niche la mendicidad no sólo está ligada sólo con su condición física, con los años se convirtió en un estado del alma ¿Parce, yo quiero salir de la calle. Es algo que no he podido superar y de lo que no me siento orgulloso. Yo he superado cosas tesas, superé la droga, superé El Cartucho. Pero no he podido superar ser mendigo de la calle". Se le corta la voz. Cuenta que lo más duro para él es cuando se acerca a los carros, le habla a la gente y ni siquiera lo voltean a mirar. "Pedir en la calle no es suave. No quiero seguirle agachando la cabeza a nadie, ni humillarme por culpa de alguien. Esta película mía ya no aguanta más".

Agosto 2. Luego de dos meses de encuentros y desencuentros con José, de asomarme a su dinámica vital, de acompañarlo a atar cabos y de entender que muchos en su relato no están para ser atados, me dice que quiere terminar su escrito hablando de sus planes futuros, contarle al mundo que desea trabajar con dignidad. "Quiero que la gente que durante estos años me ha visto pidiendo, ahora me vea trabajando. Cuando me llegue una plata que estoy esperando voy a montar una chaza en mi triciclo. Llego a las siete de la mañana a trabajar, a lustrarle los zapatos al que vaya para la ofi cina. Incluso, puedo ahí mismo vender minutos de celular. Yo de eso no sé mucho. Nunca he usado un celular ¿Para qué, si no tengo a quien llamar?".

Agosto 8. Llamo a la pensión, porque desde hace días no lo encuentro en su esquina trabajando. Contesta con dificultad. Me dice que no se siente bien, que está muy ahogado, pero que nunca ha sido muy amigo de ir donde el médico. Le teme a las enfermedades. Hablamos un rato, aunque cada tres minutos debo a marcar de nuevo pues se corta la llamada. Acordamos vernos el sábado y le cuento que es clave que aclaremos varios datos que no concuerdan. Se compromete a darle una revisión general a su escrito que debemos entregar muy pronto, pero nos falta todavía mucho trabajo.Fue la última vez que hablé con él.

La madrugada del lunes 13 de agosto de 2007 murió José Milciades a bordo de la ambulancia # 564 de la Secretaría de Salud del Distrito que lo recogió en la pensión. No alcanzó a llegar con vida al Hospital San Blas. Iba solo. Jenny, la administradora de la pensión no pudo acompañarlo. Tuvo una fuerte hemorragia por nariz y boca. Un paro cardíaco lo mató en el camino.

Fueron necesarios 5 días de averiguaciones y búsquedas en los hospitales San Blas y Santa Clara y en el Cami del Guavio para confi rmar su fallecimiento.El cuerpo llegó a Medicina Legal a las 11:25 a.m. del miércoles 15 de agosto, dos días después de su muerte. No le pudieron avisar a nadie, no tenían a nadie a quien avisarle. Pero la sentencia era clara: si en dos meses no reclamaban el cadáver, sería enterrado en una fosa común del cementerio del sur o se lo entregarían a una facultad de medicina de la ciudad.

En ese momento, lo que inició como el compromiso de contar la vida de José Milciades, se convirtió en la responsabilidad de contar su muerte. La muerte, esa que continúa siendo un tabú, un aspecto de la vida para ver en la tele, una noticia del resto del país, una realidad de los sectores de Bogotá que no conocemos, llegó para hacer parte de La ciudad jamás contada.

Morirse siendo indigente en esta ciudad, termina revelando los lados más oscuros de la gente, de las instituciones, de las vidas que no tienen lugar ni cuando se acaban. Jenny y María Eugenia, amigas del Niche, fueron a la Fiscalía 292 Seccional Tunjuelito, donde les dieron la orden de entrega del cadáver. Volvieron a Medicina Legal y de ahí las remitieron a la Casa Rosada, entidad de la Alcaldía Mayor encargada de la identificación y el apoyo en emergencias a los habitantes de la calle, la cual cubrió todos los costos del entierro. Es un derecho que tiene cualquier habitante de la ciudad. Allí las atendió María Elena. En la historia #1890 del 5 de septiembre de 2007, consta que José Milciades Murillo recibió (luego de muchos trámites que requerían de un familiar -inexistente en este caso- para ser adelantados) un servicio pleno con sala de velación, ataúd, arreglo del cuerpo, carteles, cinta, arreglo floral, carro mortuorio, misa, libro de registros, cafetería, arriendo de la bóveda y traslado al cementerio de los acompañantes.

Al entierro fueron Jenny y María Eugenia. Los dos ayudantes del Cementerio tuvieron que esforzarse para poder subir el ataúd. La bóveda 2415 de la fi la 5 en la galería nueva norte del Cementerio Central contiene sus restos. Días después dos señores que dijeron ser sus hermanos, a quienes llaman "los zapateros", aparecieron en la pensión y recogieron sus pertenencias, excepto el triciclo. Pagaron las deudas pendientes y se esfumaron. No dejaron rastro alguno. Simplemente se aseguraron de saldar las deudas que el muerto ya no podría pagar.

Luego de su entierro, a través de las personas de la pensión, de amigos del semáforo y otras que lo conocieron, comenzaron a aparecer diversas versiones del relato que José Milciades comenzó a trabajar; al punto de terminar siendo éste un rompecabezas con más faltantes que piezas definiendo una figura. Las historias de vida siempre tienen cientos de versiones, todo depende de a quién se le cuenten. Su partida fue quizás la forma que el Niche se ingenió para dejar inconclusa su crónica, para no armar plenamente su propio rompecabezas, dejando muchos cabos sueltos. El relato quedó fragmentado, pero no las percepciones recogidas por este acompañante fallido.

El intento termina aquí. Intempestivamente, como la vida de José Milciades Murillo Ulloa, quien no alcanzó a verse un día como hoy, en un diario de cobertura nacional, que reconocíó en su vida una historia para contar de la Bogotá inimaginada de la calle, del rebusque, del miedo mezclado con caridad.

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