domingo, 20 de mayo de 2007

El Hombre que Cambió la Corbata por la Montaña

Tomado del Tiempo Mayo 11 de 2007

Porque 'en las ciudades es muy difícil ser feliz'


"No es posible una vida decente en la ciudad y no hay solución para la sociedad si no hay un retorno a la tierra", dice en forma de presagio Jaime Aguirre.

Así habla Jaime Aguirre, de conversación pausada y barba poblada, 54 años, botas pantaneras y gorro de lana, y quien tras muchos años trabajando en multinacionales -en el área de mercadeo-, decidió cambiar los trajes elegantes y las corbatas para irse a vivir entre eucaliptos, pinos y matas de quinua, amaranto, yacón y maca.

Encontró la felicidad a 3.150 metros de altura en los Cerros Orientales, vereda El Verjón de Chapinero.

"Las ciudades se construyen para sostener mercados y no para tener a la gente feliz", afirma este neocampesino. "En esa vida que llaman normal entra uno en todos los procesos que vive el hombre moderno: existencialismos, presiones, angustias y ansiedades de una existencia en el aburrimiento".

Lo dice, no por pesisimismo, sino porque lo ha vivido todo. Luego de estudiar psicología en la universidad Incca se fue para Francia y viajó como andariego por Europa. "De mi carrera me gustaba la clínica y me di cuenta que había sobrevivido a la locura. Fue entonces cuando entendí que era capaz de vivir la cordura con mi locura y tomé la decisión de meterme en una multinacional", explica.

Un empleo en la Ford Motor Company, donde trabajó como gerente para Latinoamérica 10 años, lo llevó a vivir entre Colombia y Venezuela. Pero él tenía un sueño: reunir la suficiente plata para comprarse un terreno en el campo.

En el 2000 su sueño se materializó cuando se fue definitivamente para el cerro y creó la Finca Agroecológica Utopía: su hogar, pero sobre todo -dice él-, un baluarte de resistencia contra la forma de vida que impone el capitalismo.

"Es un reto fregado. Pero estaba cansado porque en ese mundo de la ciudad es difícil encontrar la felicidad. Y claro, para mi familia fue duro. Para todos fue impactante que hubiera pasado de ser Jaime el gerente de la Ford, a Jaime, el de la montaña".

La vida del neocampesino

Junto a su esposa Adriana Cabrera y su hija Neva, empezó recuperar semillas ancestrales como la quinua y a procesar alimentos que luego vende o intercambia con los campesinos de la vereda. "Tenemos, por ejemplo, la colada ancestral de quinua, avena y maca que es buenísima como reconstituyente para proteger el sistema inmunológico. También sacamos la maca medicinal en cápsulas, muy buena para el sistema digestivo".

Pero no ha sido un proceso fácil. Han tenido que reeducarse para poder vivir en el campo. "No somos iguales a los campesinos -admite Jaime-. Usamos el computador e investigamos en Internet. Tenemos más acceso a la información, aunque sin demeritar jamás el conocimiento campesino, que se aprende con el día a día y de generación en generación".

Una vez a la semana bajan a Bogotá y visitan la Luis Ángel Arango para seguir investigando sobre las diferentes formas de sembrar y para encontrar nuevas semillas.

Se autoabastecen

Siete años después de haber comenzado en esta nueva vida, ya se autobastecen en un 70 por ciento con lo que cultivan. En su huerta tienen todo tipo de alimentos, como tomates, habichuelas, ahuyama, maíz, berenjenas, alcachofas, lechugas, ajo y cebolla.
"Los huevos salen de las gallinas, y la leche y el queso de las vacas", explican con la lógica que da el campo.

Experimentan todos los días con los alimentos y ahora están sacando, por ejemplo, pasta de la quinua y un ajiaco que se llama arcoiris, porque se hace con siete papas de diferentes colores.
"Nosotros ni queremos ser una comuna, ni somos neohippies, ni somos como esos niños alternativos de la clase bien que se van a divertir en la tierra sacando lechugas orgánicas. Nuestro trabajo está más hacia el pequeño campesino, de cómo la economía destruye y más con el TLC que se nos viene ahora".

Gracias al trabajo de investigación que se realiza en Utopía, algunos campesinos de la vereda cultivan ya con mejores semillas, y Jaime y Adriana asesoran al programa de Agricultura Urbana del Jardín Botánico.

"A nosotros nos parece terrible el precio de un metro de asfalto en Bogotá. Con esa plata podríamos organizar a más de 30 familias en procesos con tierras. Las ciudades implican unas inversiones gigantescas al lado de las pequeñas inversiones que se necesitarían en la tierra", dicen.

Con ese pensamiento se unieron a la Fundación Laudes Infantis para adelantar el Programa de Fincas Articuladas a la Comunidad, que busca que la producción campesina ayude a la nutrición de 350 niños de población desprotegida en Ciudad Bolívar.

"Lo que queremos es plantear que sí se puede hacer agricultura urbana en la ciudad. El programa propuesto por la Alcaldía es un poco timorato, en el sentido que está diseñado para hacerse en terrazas y en casas, pero todavía no se han planteado los parques, los escenarios más públicos. Imagínese usted qué hermoso sería ir al parque Simón Bolívar y encontrarse con frutales, tomates y lechugas", añade Jaime.

La familia Aguirre, moderna pero tradicional, no tiene arrepentimientos, y no extrañan la ciudad. "Como Neruda -dice Jaime-, puedo decir: 'confieso que he vivido'. Pero no solo eso, sino que he construido, con mi familia, felicidad. Y si les puedo decir algo a los lectores, sería lo que le dijo Don Juan a Castaneda: 'usted camine por el camino del corazón, ese que siente es su verdadero camino, solo así se encuentra la tranquilidad".

5 comentarios:

Anónimo dijo...

el articulo es muy interesante, la vida en la ciudad puede llegar a ser muy mala y aburrida pero aqui es donde se pueden encontrar oportunidades para desarrollarse, la vida en el campo debe ser dificil y empezando mucho mas, se necesita mucho apyo para eso.

Anónimo dijo...

Me parece muy interesante el artículo.Pienso que tan solo podemos llegar a esa instancia sin arrepentimientos,cuando hayamos agotado las etapas anteriores.Me parece una opción para VIVIR.

Anónimo dijo...

Muchas de las personas que viven en los campos, piensan en irse ha la ciudad para mejor la calidad de vida, y hallar mayores oportunidades para ellos y sus familias; pero lo que realmente no alcanzan a imaginar, es que la ciudad es un Infierno grande, no hay tranquilidad, la inseguridad se vive minuto a minuto, no se camina tranquilo por ninguna parte, la gente que vive en la ciudad se enferma ha cada rato, el estrés nos consume, se vive ha la defensiva con todo el mundo, la vida se vuelve una rutina incansable e incambiable, y él que no trabaja no come… esto es la ciudad. Todo lo contrario a la paz, tranquilidad y aíre puro que se respira y transmiten las montañas, y el viento cada mañana.

Anónimo dijo...

Que buen ejemplo de vida, me parece excelente; sinceramente es un sueño que siempre he tenido..Alejarme de esta Urbe contaminada, desagradecida, peligrosa, estresante, y asficciante entre muchas otras cosas...Yo crecí hasta que terminé el colegio en el Campo en un pueblo, y anhelo a veces los pájaros, los gallos, la quebrada, el sol, los avisperos, saltar piedras por la quebrada, las fogatas, y sobre todo la tranquilidad y la despreocupación por el día a día...

Anónimo dijo...

Bastante interesante, le dan a uno ganas de dejar la ciudad, y hacerse una finquita auto sostenible, alejarse de tanto consumismo, materialismo, capitalismo, estrés, presión y todo lo demás que se siente cuando se vive en la ciudad..
Se puede vivir alejado de todo esto, pero hay que renunciar a muchas cosas…. Se puede vivir alejado de todo esto, vivir mas relajado, mas tranquilo, mas en paz, todo depende de que tipo de estilo de vida queramos llevar..