Roberto Pombo, director de EL TIEMPO, explica por qué el futuro de los diarios no es como lo pintan.
Mandaron a decir que todo estaba perdido. Y el mensajero fue nada menos que la revista inglesa The Economist, publicación que, con la fuerza de su enorme credibilidad mundial y visión futurista, escribió en una de sus portadas del 2006: '¿Quién mató al periódico?' y pronosticó la desaparición del diario de papel.
Sobra decir que los difuntos nos pusimos muy tristes: a nadie le resulta fácil aceptar su propia defunción. A lo largo y ancho del planeta, pululaban los casos de periódicos que mostraban síntomas inconfundibles de asfixia, y muchos de los que entonces no mostraban la sintomatología empezaron a sentir, a partir del diagnóstico, que estaban enfermos, pero que no se habían dado cuenta. Y se prepararon para morir con la mayor dignidad posible.
¿En qué se basaban The Economist y el resto de gurúes para asegurar que les había llegado la peste negra a las publicaciones impresas? No eran pocas las razones. Durante la última década, contada a partir de mediados de los 90, en Estados Unidos los grandes periódicos comenzaron a ver con impotencia que buena parte de sus más fieles anunciantes publicitarios estaban empezando a abandonar el barco de papel, para abordar vehículos de comunicación más modernos, más baratos y, sin duda, mucho más masivos, como lo eran todas las ofertas de Internet, que iban desde las versiones online de los periódicos clásicos, hasta páginas recién creadas y sistemas de redes sociales que, para esos anunciantes, lucían -y aún lucen- como sistemas más efectivos para llevar un mensaje publicitario a los clientes potenciales.
Pero no, el problema no era solo la deserción de los anunciantes. Para estos medios tradicionales, norteamericanos y europeos, el apocalipsis anunciado por The Economist y los demás visionarios del sector de las comunicaciones tenía un lado todavía más dramático: junto a los anunciantes -o, mejor, antes que ellos- quienes estaban desertando eran los lectores habituales de los periódicos centenarios. En efecto, para estos periódicos resultaba evidente que sus lectores de toda la vida se estaban informando en medios distintos de ellos y, lentamente, los estaban abandonando sin despedirse, como si un siglo de amores no fuera la garantía de un matrimonio para siempre.
El problema es que la tesis, aunque sólida, no era universal. Al tiempo que esto sucedía en los países desarrollados, en las economías emergentes estaba ocurriendo algo bien diferente. Se podría decir que casi lo contrario. En otras latitudes, las economías emergentes registraron, y aún registran, crecimientos económicos altos y constantes. Durante algo más de una década -desde comienzos de los 90 hasta hoy-, países asiáticos y latinoamericanos, principalmente, han sacado de la pobreza a millones de personas que tienen por primera vez en la historia dinero suficiente como para darse el lujo de pagar 1.500 pesos por un periódico, y ese crecimiento ha elevado su nivel cultural, al punto de cambiar sus intereses intelectuales y llevarlas a indagar por lo que pueden querer decir quienes imprimen unas letras en un papel.
Los propios profetas de The Economist que pronosticaron la debacle rectificaron su tesis algunos años después. El 7 de julio de este año, esa publicación afirmó que su vaticinio "fue quizás un poco prematuro". Y explicó que la excepción al principio estaba en estas economías emergentes.
Aumento de los gratuitos
Pero el hecho de que los antiguos ciudadanos pobres de las economías mencionadas estén leyendo ahora periódicos no significa que estos sean las publicaciones centenarias que han marcado la pauta informativa en el último siglo y medio. Las cifras indican que, en la última década, en América Latina han aumentado los lectores de periódicos llamados populares y los gratuitos. En el caso colombiano, en los últimos cinco años ha ingresado al mercado un número considerable de nuevos diarios impresos, que han incrementado el número absoluto de nuevos lectores.
Con relación a EL TIEMPO Casa Editorial, en los tres últimos años han sido lanzados ADN -gratuito- y MÍO -popular-; se han convertido en diarios los semanarios regionales Siete Días, y han aumentado su circulación EL TIEMPO y el diario económico Portafolio.
A tal fenómeno obedeció el rediseño de EL TIEMPO a finales del año pasado. Aparte de la tendencia de las audiencias a la que me he referido, investigaciones que hicimos sobre el comportamiento de los lectores del periódico nos mostraron varios aspectos de fondo, que simplifico: por un lado, aquellos separan las informaciones por su categoría -noticias puras, editoriales, columnas, crónicas, noticias prácticas por distintas razones, etc.-, y por el otro, los oscuros y casi lúgubres periódicos históricos asustan a los nuevos.
Nuestra idea fue soltar las amarras de los mitos clásicos sobre los diarios y darles a nuestros lectores más información, mejor presentada y agrupada de manera diferente de lo que habíamos hecho toda la vida.
Un moderno diario de 100 años
Al lado de la estrategia de esta Casa Editorial de recoger los nuevos lectores a través de nuevos periódicos -ADN, MÍO, etc.-, la idea fue y es seducirlos con periodismo y presentación de calidad y consentir a nuestros clientes clásicos con un vigoroso, variado y moderno diario de 100 años de edad.
Pero el hecho de que por estos lados estén aumentando los que leen el papel no significa que no estén haciéndolo los usuarios de nuevas plataformas informáticas y tecnológicas, las mismas que han revolucionado al mundo y muy especialmente a los medios de comunicación durante los últimos tiempos.
Para nosotros, como para todo el mundo, era claro que las audiencias estaban teniendo un comportamiento distinto del tradicional. De la mano de los desarrollos tecnológicos, los usuarios de los medios de comunicación se independizaron, y de los dóciles y pasivos lectores, oyentes y televidentes del pasado, saltamos a unos activos, hasta cierto punto caprichosos, que decidieron que de ahora en adelante recibirían la información a través del mecanismo que quisieran (periódico, radio o televisión, computador fijo o portátil, teléfono móvil, iPad o cualquier otra tableta...), a la hora que les diera la gana (por la mañana con el diario, la radio o el noticiero de TV, al mediodía o por la noche) y en el lugar de sus preferencias (casa, oficina, salón de clase, gimnasio, en la calle...).
Y para atender a cada una de esas audiencias había que hablarles en tono distinto, de manera diferente y mediante un medio específico. Por lo tanto, EL TIEMPO, como generador de información, debía evolucionar y sofisticar la manera de hacer su trabajo para adecuarse a los nuevos tiempos. Fue así como esta casa editorial decidió convertir las redacciones clásicas de sus medios impresos y digitales en una moderna y compleja redacción de convergencia multimedia, que hoy, cinco años después, es considerada una de las más importantes del mundo.
Tras un paciente trabajo de superación de los miedos atávicos de los viejos periodistas y de las resistencias de los jóvenes comunicadores de la era digital para entenderse con los dinosaurios de los periódicos impresos, EL TIEMPO y sus medios se transformaron de manera dramática. Hoy, un ejército de 300 periodistas de las mejores calificaciones, de todas las edades y de los más diversos orígenes profesionales escriben, digitan, editan, comentan, diseñan y transmiten información a más de 17 millones de personas que en Colombia y el mundo se informan en nuestros medios.
Once millones de usuarios únicos mensuales acuden a nuestras páginas de Internet, más de cuatro millones de lectores leen nuestros periódicos y revistas, más de dos millones de personas acuden diariamente a nuestros canales de TV y redes sociales y reciben las noticias, opiniones, análisis y fotografías. La estructura que resultó de esa transformación hizo que la WAN-IFRA, la organización de periódicos más importante del mundo, invitara esta semana a EL TIEMPO a que mostrara esta experiencia, en Viena (Austria), como un ejemplo, ante 1.500 directores y editores de los periódicos más importantes del planeta.
¿Cuánto tiempo más tardarán los diarios impresos en ceder su espacio y su preponderancia en Colombia y en las demás sociedades emergentes? Nadie lo sabe. El aumento progresivo de la penetración de Internet y las demás plataformas digitales, con su eficiencia, bajo costo y capacidad de cubrimiento, nos anuncia un futuro en el que inexorablemente la gente se informará a través de estos sistemas. Los periódicos serán tal vez instrumentos analíticos y de opinión más allá de los registros noticiosos, en medio de un bombardeo gigantesco de información digital. Pero por estos lados ese día está aún lejano.
Lo importante, independientemente de cuándo y cómo sucedan las cosas, es que, en este presente que vivimos y en el futuro que vivirán nuestros medios y sus usuarios, en papel o a través de medios digitales, los principios éticos, de credibilidad y de eficiencia en la generación de información sean los mismos que han inspirado a esta casa durante el último siglo. Y que cada vez que a alguien le hagan la pregunta de dónde obtuvo determinada información, esa persona responda: "En EL TIEMPO".
ROBERTO POMBO
Director General de EL TIEMPO
Director General de EL TIEMPO